dijous, 11 de novembre del 2010

El mago Mah y Barcelona




Me gustaría poder ayudaros.
           
Si queréis saber más cosas de Mah, no os molestéis en llamar a su móvil; el número no corresponde a ningún abonado.... y del descuento para antiguos clientes, olvidaros, una patraña.  La información que buscáis, os la puedo proporcionar yo previo pago de un pequeño donativo. ¡Ya sabéis como están las cosas últimamente!

Conocí a Mah hace años, poco después de su llegada a la ciudad. En aquella época, tan lejana ya, Mah llevaba su negocio el solo, “yo me lo guiso, yo me lo como”.  Sus funciones abarcaban todo el amplio espectro de eso que llamamos business: publicista, manager, empleado del mes, auditor, gestor...; su oficina..., la rotonda del metro de plaza Cataluña, donde se mezclan los viajeros de línea 3, de la 5, los Ferrocarriles de la Generalitat, los turistas, los rateros reincidentes y, de tanto en tanto, un coro de gospel.

Según explicaba había llegado de Senegal meses antes y, aunque todos sabemos que muchos africanos llegan a Europa después de una larga travesía, por el desierto primero y más tarde por mar, Mah aseguraba que había llegado con su visado de turista en un avión, reluciente y nuevecito, de alguna compañía de nombre extraño. El viaje, según contaba, y no hay porqué dudar de su palabra, había sido de todo menos tranquilo: a la novedad del desplazamiento aéreo, se le sumaron las diferentes escalas en aeropuertos más o menos perdidos en el continente africano, los traqueteos del aparato, la ingesta de coñac, bebida que nuestro amigo tomó por té, y que, contra lo esperado, le proporcionó una evidente somnolencia,.... y que se yo cuantas cosas más.

En la bolsa, además de raíces y amuletos, traía una pequeña libreta con varias direcciones y números de teléfono. Pronto descubrió que los inmigrantes cambian a menudo de domicilio y que los teléfonos dejan de funcionar por falta de pago. Nadie atendió sus llamadas. Decidió buscarse la vida, como vulgarmente se dice. Y busco trabajo cuando todavía lo había, y lo encontró. Nada del otro mundo y no por mucho tiempo: barrendero, ayudante de paleta, extra en una película de Ventura Pons, reponedor de supermercado...  Al poco tiempo comprendió que no era ese su camino, que por ahí no iba a ninguna parte, y que, con ese currículum, no tenía futuro.

Un día, en el metro, cuando ya empezaba a perder las esperanzas, alguien le dio un papelito. En un primer momento ni lo miró; fue un rato después, cuando, sentado en un banco del parque de Can Boixeres, se fijó en aquellas letras negras que parecían gritarle desde el fondo blanco del papel.

Y entonces, sus ojos se empezaron a iluminar y en su rostro se dibujó una sonrisa.

MANDI
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